Hace mucho tiempo, en un bosque misterioso, vivía un cazador llamado Martín. Un día, al adentrarse en lo más profundo del bosque, encontró a Curupí, un duende con una espina incrustada en su pie. Con compasión, Martín decidió ayudar al pequeño ser, extrayendo la espina con cuidado. En agradecimiento, Curupí le obsequió una flecha mágica con el poder de cazar cualquier animal, siempre y cuando se respetara la condición de no cazar por placer, sino para alimentar a su familia.
Martín se convirtió en el mejor cazador de su pueblo gracias a la flecha mágica. Su destreza en la caza se volvió insuperable, y el número de presas que traía a casa aumentaba cada día. Sus vecinos empezaron a sospechar de tanta abundancia porque Martín no había sido tan buen cazador antes.
El mago del pueblo, intrigado, retó a Martín a cazar un colibrí, un acto que requeriría una precisión inigualable. Ansioso de demostrar su valía, Martín aceptó el reto. Cuando disparó la flecha se desvió hacia el propio corazón de Martín, causando su muerte instantánea.
El duende Curupí, al presenciar el incumplimiento de la condición acordada, castigó a Martín por su arrogancia y violación de la promesa. La moraleja de esta leyenda es que la codicia y la vanidad pueden llevar a la perdición. Las bendiciones otorgadas deben ser tratadas con respeto y responsabilidad. La historia del cazador vanidoso nos enseña que las promesas deben ser respetadas, y que la humildad y la gratitud son más valiosas que cualquier regalo mágico.