En la orilla de un río, una rana y un alacrán se encontraron. El alacrán, necesitando cruzar al otro lado, le pidió a la rana que lo llevara sobre su espalda. La rana, cautelosa por la reputación venenosa del alacrán, dudó al principio. Sin embargo, el alacrán le aseguró que no la picaría, ya que ambos se ahogarían.
Movida por la compasión y la promesa del alacrán, la rana aceptó llevarlo a través del río. Mientras nadaban, la rana sentía la confianza crecer entre ellos. Pero, justo en el punto medio del río, el alacrán traicionó esa confianza y picó a la rana. Con dolor y sorpresa, la rana, sintiendo el veneno extenderse, le preguntó al alacrán: "¿Por qué lo hiciste cuando ahora ambos pereceremos?"
El alacrán, con una serenidad inexplicable, respondió: "Es simplemente mi naturaleza". Mientras ambos se hundían en el agua, la rana comprendió la amarga verdad: la esencia del alacrán no podía ser cambiada, incluso a pesar de sus promesas y su aparente necesidad de ayuda.
La moraleja de este cuento es clara: algunas personas llevan consigo una naturaleza intrínseca que las impulsa a actuar de cierta manera, y aunque prometan cambiar, su esencia innata puede prevalecer. La historia advierte sobre la prudencia al confiar en aquellos cuyas acciones están arraigadas en su naturaleza, recordándonos que las promesas pueden romperse cuando la esencia de alguien es más fuerte que su voluntad.